
Artículo de Mario Jiménez Arroyo, fundado y socio director de PRGarage (Publicado en el número 475 de la revista El Publicista)
Normalmente, en cualquier ámbito de nuestra vida, tenemos claro que suele haber una equivalencia entre el precio de un producto o servicio y lo que esperamos o necesitamos de ello. Podemos estar más o menos de acuerdo con el importe, pero no creo que nadie haya visto a otra persona regatear en la gasolinera, en el supermercado o comprando unos vaqueros.
En el sector de las agencias de comunicación ocurre justamente lo contrario. Desgraciadamente, estamos acostumbrados a presentar una propuesta que has valorado de forma realista, teniendo en cuenta el equipo y el tiempo que le vas a dedicar en función de las necesidades de la marca que te la pide. Sin embargo, es muy habitual que a esa propuesta le siga un correo del potencial cliente diciendo: “oye, me encantan las ideas, el enfoque, el equipo es brutal… pero si me la pudieras ajustar un poco de precio sería genial. Ya sabes, tenemos un presupuesto muy ajustado”. Lo malo es que esto sucede con unos fees que ya de por sí son tremendamente bajos, y que casi siempre se enfrentan a unas expectativas desmedidamente altas.
¿No hemos sabido defender las agencias nuestro valor estratégico? Yo creo que sí, y que además lo hemos hecho con creces. El problema no lo tenemos nosotros, sino quien percibe nuestro trabajo como algo complementario al marketing o a una campaña de publicidad. Quienes, a la hora de preparar unos presupuestos anuales, dedican la partida más famélica a la comunicación, pensando que eso de comunicar lo hace cualquiera, que no puede ser tan difícil. El problema lo tiene quien confunde valor y precio.
Una agencia de PR también puede ayudarte a vender más, claro, pero sobre todo hace que tu marca sea creíble, que tenga buena reputación, diversifique los mensajes, transmita valores. En definitiva, que sea relevante. Y esto no siempre lo consigue el marketing. Una agencia de PR te soluciona una crisis, evita que tu empresa o el valor de tus acciones se hundan; en un momento dado puede hacer que tu negocio no tenga que cerrar. Y esto nunca lo consigue el marketing. Que nadie se confunda: no estamos aquí sólo para lograr que una marca o un portavoz aparezcan en un medio. Eso es únicamente una parte mínima de nuestro trabajo. ¿Acaso algo tan importante tiene que ser ofrecido siempre a precio de saldo?
Las necesidades de comunicación de las marcas han cambiado mucho en los últimos años. Y no me refiero sólo al viraje hacia lo digital. Muchas están perdidas, no saben dónde está ahora su público, de qué manera influir en sus decisiones de compra. Es normal, bienvenidos a 2023. Las agencias hemos hecho un esfuerzo tremendo por adaptarnos a este entorno en un tiempo incierto y a contrarreloj. De nuevo, no tuvimos más remedio que intentar ir por delante, haciendo un ejercicio de predicción enfocado en ser relevante para tus clientes, pero también para ti mismo, descifrando lo que estaba por venir y con qué herramientas hacerle frente. Una vez más, creo que lo hemos conseguido. Y es que en el sector de las agencias de comunicación en España existe una competencia feroz, muchas veces hasta desleal, pero creo que podemos estar muy orgullosos de las compañías y de los profesionales que lo forman.
Y las cosas no se van a tranquilizar. Nos espera un año complejo, marcado por un clima político crispado, una situación internacional preocupante y una economía que amenaza con entrar en recesión. Es de esperar que el consumo se resienta y, ¿qué harán de nuevo las marcas ante esto? Ajustar el presupuesto dedicado a comunicación.
Por nuestro lado, el de las agencias, creo que la solución no pasa por precarizar el trabajo, pagando sueldos míseros y formando los equipos a base de becarios con tal de seguir ganando cuentas. Considero más bien que pasa, a nivel colectivo, por la unión, por la honestidad y por la transparencia; y a nivel individual, por no aceptar proyectos que merman nuestra credibilidad y nuestra oferta diferencial. No aceptar proyectos y marcas que, en resumen, confunden siempre valor y precio.
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